Como ladrón en la noche

Te quiero hablar de lo inesperado y de lo incierto. También de lo mágico y lo sagrado, de las sincronicidades y de las casualidades y causalidades.

Hoy es un día especial por tratarse del aniversario del sepelio de mi padre y padre de nuestros olivos. 

Fue una ceremonia a su medida, lírica y a unos pasos de la tumba de Manolete. El féretro descendió siguiendo el compás de la melodía de un violín que le honraba en vivo con una serenata mientras se reunía con mi madre y con el mismo tono de romance que tantos años atrás él le había brindado contratando a una tuna para pedirle la mano.

No por nada se preguntaron los cordobeses en días posteriores de qué celebridad se trataría el difunto para armar tanto revuelo.   

¿No dicen que como se vive se muere? Él nació el día de su santo, o sea del nombre que le estaba destinado, ya que como primogénito y sevillano, tenía que ser Pedro sí o sí, como su padre. Y falleció en el mes de octubre tal y como vaticinaba un poema de su puño y letra, para ser enterrado en el día de todos los Santos en un cementerio inundado de flores como reza la tradición.

A su paso por la finca, camino del cementerio cordobés, llovía a cántaros, como a él le gustaba “eso sí que es buen tiempo” decía el ingeniero agrónomo. Pero lo insólito fue que en el mismo instante en que el coche fúnebre llegó a la puerta de Nuestra Señora de la Salud, paró la lluvia y brilló el sol en lo más alto del cielo hasta que la ceremonia terminó.  

Pareciera que todo estaba orquestado desde algún lugar que resonaba con la palabra sagrada «No causéis daño ni a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los siervos de nuestro Dios»

Nos dejó en plena cosecha de los picuales. Y la última noche, sin que ninguno supiéramos que era tal, me preguntó por el sabor de ese zumo de picual añadiendo que nunca había visto aceitunas tan hermosas en su vida. Era el puente de Halloween y mientras los niños preguntaban trick or treat, él estaba muy aquejado y preocupado por un terrible dolor de hombros que los médicos interpretaron como simple dolencia muscular con lo que él no estaba conforme.

Y no se equivocó tampoco esa vez ya que ese dolor resultó ser el aviso de que su sistema cardiaco estaba fallando y su corazón dejó de latir en plena madrugada sorprendiéndonos a todos como un ladrón en la noche. 

La última frase que dijo a los trabajadores del campo cuando le preguntaron por su salud fue “por suerte estoy vivo”. Y así lo recordamos, muy vivo y sonriente, siempre con algún chiste en la manga o historia para ofrecernos e hilar con gracia y elocuencia. Ese era su modo de estar, así enamoró a mi madre y a tantos que le rodeamos.  

Su sabor y saber siguen vivos en los olivos que plantó y en la calidad de los AOVEs que elaboramos cada año porque la verdad como el aceite queda encima siempre.

Elena Vecino (fundadora de La Cultivada). » Cultívate « con nuestro blog.

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