Un antiguo proverbio indio dice que no heredamos la tierra de nuestros padres, sino que la pedimos prestada a nuestros hijos. La sabiduría de estas sencillas píldoras de filosofía puede ayudarnos a cuestionarnos el tipo de vida y el mundo que estamos construyendo y que dejaremos a las futuras generaciones. La crisis económica y ambiental nos lleva a buscar nuevas soluciones y maneras de actuar en nuestro cotidiano. Para caminar hacia el futuro, quizás haya que hacer el camino al revés, procurando los orígenes, aquel mundo cuyo núcleo está en la naturaleza, en el campo, en un espacio que hoy se presenta como alternativa concreta y posible para encontrar un nuevo modelo de desarrollo.
La reflexión sobre este asunto es tan importante que en las ultimas décadas ha surgido una nueva rama de la sociología, llamada sociología rural, que investiga, entre otras cosas, las estructuras especificas de este fenómeno y sus diferencias respecto a la comunidad urbana. Aunque buena parte de la sociología rural está relacionada con el estilo de vida de las comunidades rurales y campesinas, hay otro propósito de estos estudios que es analizar la manera en la cual las dinámicas rurales afectan a toda la sociedad, incluidas las comunidades urbanas de las áreas mas “desarrolladas”. Son éstas, quizás, las que mas necesitan mirar al campo, para recobrar el sentido de la lentitud y el gusto por la calma, que está desapareciendo en aras de un estilo de vida acelerado, donde se rinde culto a un frenesí que no deja tiempo para pensar o relacionarse de manera humana.
A través del eje de la sociología rural, rastreamos modelos de intercambio entre comunidades rurales y urbanas; y analizamos las influencias reciprocas. Hasta pudiéramos vislumbrar la fusión que diera lugar a un nuevo modelo de sociedad que opere en todos los aspectos de la vida, desde lo económico y lo social hasta, sobretodo, lo cultural. Los artífices de tal revolución cultural pueden ser aquellos artistas cuya sensibilidad se manifiesta en una nueva mirada hacia el mundo capaz de interpretar los deseos y las necesidades de una sociedad cada vez más frágil. Así, el campo puede convertirse en un nuevo instrumento de desarrollo, en una preciosa ayuda para descubrir diversos y ricos sentidos del vivir cotidiano.
En el medio rural los artistas pueden encontrar instrumentos aptos para desarrollar su creatividad y hallar una nueva conciencia; descubrir los valores del apoyo mutuo y de la vida en común como formulas y medicinas que nos curan del aislamiento físico y emocional. Por lo que se refiere mas estrictamente al arte, se suscita otra reflexión sobre la esencia misma de la producción artística: las sociedades rurales desarrollan un arte que nace de una necesidad ancestral de manifestarse de una manera quizás más libre y espontánea que la que surge en la sociedad urbana globalizada, y cada vez más “homologada” que insiste en crear “obras-productos” dirigidas a circuitos cerrados de galerías y coleccionistas. En este sentido, lo rural puede ser un nuevo modo de pensar el arte, que pasa por el campo y vuelve al mundo, dibujando trayectorias nuevas y sugestivas. Este método de trabajo parece estar en plena expansión, adquiriendo cada vez mas espacios e importancia. Cabria citar en este sentido a un grupo español llamado Campo Adentro, que funciona desde el 2010.