Hace mucho tiempo, cuando el mundo todavía estaba formándose y los animales aún hablábamos, nació una mochuelita a la que llamaron Noctua. Esa era yo, un ave pequeñita cuyos ojos eran tan grandes y claros que veían allí donde otros sólo encontraban noche. Después me hice Mochuela aceitera y viajera, y prendada del Olivo y de sus aceitunitas, recorrí los campos hasta que un día tuve la fortuna de cruzarme con quien se convirtió en mi maestra y ejemplo más preciado. Me refiero nada más y nada menos que a la diosa Palas Atenea, que me llevó en su hombro hasta los confines del Mediterráneo y más allá, enseñándome las virtudes de la agricultura, los secretos del arte, y su visión civilizadora. Atenea era muy inteligente y simpática, y además de disfrutar tejiendo, buscaba la sabiduría hasta en la China. Gracias a ella me convertí en toda una Lechuza, os cuento, os cuento…
Un día, el Consejo de los dioses olímpicos, presidido por el gran Zeus, lanzó un concurso ofreciendo el territorio del Ática a quien creara el mayor prodigio para la humanidad. Mi querida diosa, sin dudarlo, se presentó de inmediato… ¡Menudo desafío! Su contrincante era nada más y nada menos que el corpulento Poseidón. El imponente dios del mar, que iba a por todas, “golpeó con su tridente una roca y surgió su brioso caballo”. Los testigos quedaron impresionados por su fuerza y creyeron que esta ofrenda era insuperable. El caballo era un animal muy estimado en la época por su valor para la guerra y para los viajes. Pero entonces apareció la digna Atenea clavando su lanza en la tierra y haciendo brotar una plantita que en el futuro se convertiría en “ árbol robusto, capaz de producir una grasa dorada que iluminará las tinieblas, mitigará las heridas y alimentará a los hombres”. Ante la perplejidad de todos, el olivo fue considerado por Zeus y los dioses, de mayor utilidad, pues serviría para alimentar, calentar, alumbrar y sanar al pueblo.
Y así fue como este árbol se convirtió en símbolo sagrado en toda Grecia, y el Ática pasó a llamarse Atenas, quedando bajo el protectorado de la diosa visionaria. Y yo, que tan poca cosa era, un pajarito al hombro de su señora, me hice devota del bendito olivo y adicta a su aceite. Y no sólo me gané el sobrenombre de Lechuza Cultivada, sino que gracias al poder curativo del susodicho elixir, me hice eterna.
Y colorín colorete que este diario se cultiva con pan y aceite …
¡¡¡ hú hú hú…!!!